Cosas que decir en serio
Tomar en serio el buscar, encontrar y oxigenar la llama que nos habita dentro.
Mi ahijada menor tiene 4 años y es una maravilla de humanito. Desde chiquita, a todo le da para adelante sin miedo y sin filtro, y tiene una personalidad que hace reír a un esqueleto.
Desde hace algunas semanas, se le dio por empezar a jugar al serio. Es capaz de sentarse y quedarse un buen cuarto de hora frente a su competidor sin inmutarse. Por supuesto que, quien la tiene enfrente, no puede evitar quebrarse y soltarle una sonrisa que, a su vez, activa automáticamente los dos hoyuelos del rostro redondito con ojos almendra del personaje menor.
También podés escuchar la historia haciendo clic acá:
Desde que escuché acerca de esta nueva práctica suya, no puedo dejar de pensar en el autocontrol que maneja para pasar de una faceta a otra, siendo ella una parlanchina imparable. Me fascina su determinación y seguridad, dos cualidades que desde que nació he admirado. A medida que va creciendo, veo cada vez con más orgullo en sus respuestas y actitud que, a pesar de haber pasado escasos años como caminante en esta tierra, ella demuestra una y otra vez que se conoce y se toma en serio.
Nota al lector: Siempre me pareció un dato increíble que, ya a partir de los 7 años, las niñas adquieren consciencia de las expectativas sociales. Es decir, comienzan a moldear su existencia según los parámetros impuestos por la sociedad. Antes de este sacrilegio, con el correcto acompañamiento y una crianza amorosa, las niñas pueden ser ellas mismas: libres, conscientes y empoderadas. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en que 7 años es demasiado, demasiado, poco, para llegar a tener y conocer una experiencia real de cariño con, y hacia nosotras mismas.
Después de jugar un serio virtual con ella —perder, por supuesto—, y volver a ver esa faceta suya que tanto me encanta, comencé a reflexionar acerca de cuál había sido el momento en que me volví una desconocida para mí misma. Aunque difícil, también intenté ver qué había hecho o en qué momento, me había dejado de tomar en serio.
Durante mi adolescencia, por más que la padecí, estaba convencida de que entendía todo y estaba por arriba de ello. Era una niña todavía, pero creía que ya había vivido mucho (en parte creo que esto sigue teniendo algo de verdad) y no me quedaba tanto más por descifrar.
Cuando comprendí que tanta “seguridad” poseía muchos ángulos de farsa, al acercarme a mis treinta, me entregué al otro extremo, rodando en caída libre. Acallé toda voz que se pronunciaba desde adentro y comencé a guiarme por una brújula cuyo comando existía fuera de mí. Creía lo que me dictaban y absorbía lo que me criticaban. Y, después de bastante tiempo así, un buen día, sentí lo inevitable: me había convertido en una cáscara sin fuente de energía. Me había entregado a la complacencia y había alcanzado el punto más lejano de mi esencia. En ese instante, no me quedó más remedio que replantearme todo, y eso fue lo que hice.
El punto de inflexión lo descubrí el otro día, durante la entrevista que me hizo Antonio, un nuevo amigo, en su cuenta de La sociedad de la nieve oficial, sobre el libro Del otro lado de la montaña. En la llamada que hicimos de preparación de la entrevista, le conté como, una vez que llegue a Montevideo desde Bogotá para presentar el libro, me sentí invadida de reacciones que intentaron reducirme, quitarme mérito y silenciarme. Tanto fue así, que mi niña interior puso punto final y dijo “ya basta”.
Como parte de su contraataque, me impulsó a comenzar el proyecto de mi segundo libro. Confieso que lo que más me motivó a escribir fue la sensación de “necesitar” probar algo. Tener este libro era tener un tangible que demostraba que no podían domarme ni limitarme en lo que yo a este punto ya sabía, era la gran vocación de mi vida: escribir.
Segunda nota: Comencé el borrador de esta historia hace algunas semanas, justo antes de comenzar a leer el libro “Tan mal sí salimos” de Sofía Lewicki. Aquí encontré un pasaje que dice lo siguiente, y que me pareció que conectaba directamente con esta historia y se los quiero compartir:
”Egresar del estado de lucha implica haber regado con suficiente amor, respeto y reconocimiento la propia herida como para dejar de sangrar cada vez que algo nos interpela.
Implica haber recuperado la confianza de que somos capaces y merecedores de propiciarnos lo que deseamos y necesitamos.
Implica sabernos dignos del más sincero respeto, empezando por el propio, que para muchos, es una conquista extraordinaria.”
Y amén.
Y, viéndolo ahora, lo que hice en realidad fue fallarme de nuevo. Porque, por suerte, pasaron los años y me di cuenta de que no tenía nada que probar. Que no le debía respuestas a nadie. Que aquel tangible no era sino prueba de que había caído de nuevo en las redes del engaño, aquel que le daba el poder a los de afuera, otra vez, de definir quién soy y para qué estoy.
Aunque me costó, y mucho, casi rozando la degradación emocional total, un día decidí abandonar esa maldita idea y volver a tomarme en serio. Decidí creérmela toda. Asumir que no sé todo de todo, pero de lo que sé, sé mucho y bien. Que de lo que sé y construyo de manera única desde mis adentros, tengo derecho a sentirme dueña y ama. En otras palabras, conocí la autoestima.
Y, en cuanto comencé a actuar con autoestima, vi la realidad como es. Pasé la página e interpreté con mayor claridad lo que creo que ocurrió durante aquella época de presentación del libro: que una mujer en control, con su verdad, presente o en construcción, da miedo. Tanto así, que dan ganas de bajarla de su cielo al suelo lo máximo posible y a toda intensidad. Que verla vibrar así, con una energía tan, pero tan avasallante, no es algo para lo que este mundo esté entrenado para aprovechar.
Pero la mejor parte es que, una vez creada la conexión con esa fascinante fuente de energía, lo que queda encendido no tiene cómo volver a su estado original. Se trata de un fuego que queda prendido guiándote siempre al ser que sos. Un fuego eterno que no te permitirá, jamás, perderte ni dejar de tomarte en serio.
A la espera del audio, ¡y fuerza con ese segundo libro!
Como siempre, es un placer leer tus pensamientos y reflexiones.