Festejos que quieren decir mil cosas
Sobre lo que consideramos "festejable", y la potencial oportunidad que se pierde en el camino.
Me fascina festejar momentos, propios o ajenos. Me gusta planear con anticipo, pensar en una temática e imaginar el ambiente que voy a crear. Lo disfruto y, a la vez, lo padezco un poco, porque sufro con la convocatoria y suelo frustrarme un poco si algo sale mal. Sin embargo, eso nunca me detuvo a seguir intentando crear experiencias memorables ante cualquier excusa que me cruzo para organizar un festejo.
Seguí leyendo o escuchá la historia acá…
Este atributo no es personal, sino familiar. En el núcleo que incluye a mamá, papá, hermanos, cuñadas, sobrinos, marido e hija, todos son creadores. De alguna cosa u otra, pero todos son creadores: de eventos, tejidos, música, arte, juegos… todo. Por eso, cada vez que “El Club” (también conocido como el hogar de mis padres) es sede de alguna ocasión especial, las personas tienen altas expectativas de lo que van a encontrar.
Digamos, por ejemplo, la Navidad, donde nos toca recibir a más de setenta personas cada cuatro años. En esta tradición, hemos ideado desde conciertos de rock navideños hasta un simulacro de programa de juegos de televisión. Nos lleva de dos a tres meses organizarlo. Para lograrlo, definimos comités de decoración, ideación, montaje y sonido, y tenemos asistentes de todas las edades para un sinfín de tareas. En la última Navidad como anfitriones, incluimos un comité de música original que compusiera un jingle para la introducción de cada juego, hicimos diez rondas de ensayos con guion y cambios de escenarios, y probamos al menos tres lugares distintos para llevar a cabo toda la presentación. A pesar de la lluvia, la celebración fue un menú de sorpresas repletas de emoción.
Otro festejo icónico fue el que organizó mamá para celebrar nuestra mudanza de Bogotá a Roma. Ese día, aparecieron de sorpresa todos los miembros del núcleo familiar en El Club disfrazados de romanos. Encabezando la procesión había una torta de la forma del Coliseo con banderas de todos los países involucrados y referencias a las distintas razones que nos trajeron acá. Hacia el final, hicimos una sesión de fotos con accesorios que recordaban a la época romana. En fin, se darán cuenta de que somos un grupo de personas a las que les gusta ir siempre un pasito más allá de lo que se espera de un festejo. Es parte de quien somos, una de las cualidades que más me gusta de mi familia y algo que, en gran medida, define quién soy.
Por eso, no debería sorprender a nadie que, desde que nació mi hija, Amalia, empecé cual hobby a rellenar una carpeta con archivos que ilustraban distintas ideas para festejar su primer año. Por un lado, había decoraciones, por otro, temáticas para la mesa y, por último, opciones de regalos sorpresa para quienes vinieran a celebrar con nosotros.
A la hora de ejecutar, opté por un arreglo de colores con base en el rojo, azul, amarillo y blanco que completé con molinetes incrustados en las plantas de la terraza, banderines, y recortes de “Amalias de la suerte” que los invitados se podían llevar al final del festejo con una flor. Para rematar, armamos distintos escenarios para que las fotos combinaran lo mejor posible con la luz tenue del atardecer de Trastevere. Sé que todo esto suena a un montón, y es verdad. Pero también es cierto que, para mí, celebrar así era necesario.
Apenas puse la carpeta inspiracional en acción supe que, además de festejar su primera vuelta al sol, teníamos que festejarnos a nosotros, porque como familia, estábamos llegando al hito del primer año en un formato de a tres, sanos y erguidos.
En cuanto se aproximaba la fecha, comencé a sentir una extraña sensación de equilibrio y de calma. Dos cualidades que me ha costado volver a sentir. Porque detrás de las imágenes de amor y emoción, los pequeños rayitos que habitan mi piel y que son invisibles para todos menos para mí, son testigo de las distintas batallas libradas y ganadas.
Y, aunque es bueno dejar ciertos acontecimientos del pasado detrás, es innegable que dentro de ellos también hay instantes preciados que no vuelven. Fue ahí, en ese preciso detalle de la reflexión, cuando me detuve a pensar: ¿A dónde fueron a parar los festejos de otros momentos trascendentales de mi vida que no me detuve a celebrar? ¿Por qué ahora siento que los dejé pasar?
Llegamos a esta curva peligrosa llamada vida con los momentos celebratorios predeterminados: el cumpleaños, el matrimonio, las décadas, la llegada de un hijo y quizá alguna otra cosita más. Pero ahora que estoy parada en esta situación tan transformativa de mi vida, no puedo dejar de pensar en que estamos acostumbrados a una lista de hitos festejables demasiado limitada.
¿Qué pasa con el festejo de un cambio de trabajo? ¿Dónde está la torta después de una mudanza que te dejó devastada? ¿Y el brindis por el cambio de profesión a los treinta o cuarenta? ¿Y el otro sinfín de logros personales que, como no tienen emoji descriptivo, pasan como debiésemos aceptarlos como un día más? ¿Qué pasa con las mujeres que eligen un camino distinto al tradicional? ¿Dónde está la lista de regalos (o fondos) para el que decidió dejarlo todo y animarse a un salto al vacío en la otra parte del mundo?
Entiendo que ya expuse cierto fanatismo por organizar festejos, pero a raíz de esta historia me quedan dudas como, por ejemplo, quién organiza la cena para alentar a quien decidió comenzar terapia. Por qué no, llevarle un detalle a quien termina o pone en pausa sus sesiones porque, por primera vez en años quizá, se siente bien.
Cada segundo que paso escribiendo esto más me convenzo de que festejar es una oportunidad, un privilegio y, a veces, también un deber. Porque puede que lo más duro de toda esta realización sea que, en ese olvido, puede que estemos dejando a mucha gente atrás. Y si hay batalla, perdida o ganada, si hay pasión y si hay avance, en lo que sea que hagamos, entonces sin duda es una etapa digna de ser celebrada.
Amé! Se me antoja una celebración por los festejos que me debo. Algo así como celebrar que ahora me voy a celebrar más.
¡A festejar la vida porque, si nos detenemos a pensarlo, cada día nos regala mil motivos! (empezando por lo más básico: ese nuevo día). A la espera de la próxima entrega de 'Cosas que decir' 🤟🏻