Crecí sin saber nada
creyendo en todo
viéndolo todo con mis ojos nuevos.Miraba el mundo
lo aceptaba todo
no sabía que había nada malo.Ahora sé muchas cosas
y no sé si he aprendido algo.Idea Vilariño.
Qué raro debe haber sido el día en que nací. Había tantas cosas que todavía no sabía.
Porque cuando nací no sabía dónde había nacido, cómo era mi familia, ni a qué lugar pertenecía.
No sabía que iba a nacer con una enfermedad que afecta, en mucha mayor proporción, a los varones. No sabía que, por eso, dos meses casi se convertirían en toda mi vida. No sabía que iba a ser tan pronto cuando me tuvieran que salvar de emergencia por haber nacido mujer.
No sabía que iba a sobrevivir para poder correr, saltar, jugar y pasar tanto tiempo en el campo. Ni que me iban a cuidar y querer tanto.
Cuando nací, tampoco sabía que durante años mi color preferido iba a ser el rojo, que iba a odiar el naranja, que con el tiempo todo eso se iba a invertir, y luego volver a cambiar. Que no me iba a gustar el queso hasta cumplir dieciocho años. Que no iba a comer picante hasta los veinticuatro. Que iba a llegar un día en que no necesitaría ponerle leche al café.
No sabía tantas cosas.
Tampoco sabía que, con los años, iba a perder la emoción de volar en avión. No sabía que las flores se marchitan o que la piel se arruga, sobre todo si pasa mucho tiempo expuesta al sol. No sabía que uno se puede ahogar y también revivir en el mar.
No sabía que no iban a ser mis parejas quienes más me desgarraran de amor. No sabía que los amigos pueden causarte aún más dolor. Y no sabía que iba a ser una persona altamente sensible. Tampoco sabía que, justamente por eso último, un día me preguntaría si no había pasado ni una cosa ni la otra.
Porque cuando nací, todavía no sabía que era obligatorio atravesar injusticias en la vida. No sabía que el odio podía nacer de la pasión. Que íbamos a volarnos en pedazos unos a otros. Que íbamos a discutir con robots. No sabía que la envidia mata, que la posesión ahoga, que los celos rebotan, que la angustia arrastra, que la tristeza no desaparece, que la fe se pierde. No sabía. Creo que nadie sabía. No sabíamos nada.
No sabía que me iban a dar vértigo, y pánico, y síncopes. No sabía que iba a necesitar terapia toda mi vida. No sabía qué era ser estigmatizada. No sabía qué era ignorar. No sabía qué era tener que superar. No sabía. Seguro que no lo sabía. En blanco total. Opciones infinitas. Lo aceptaba todo.
No sabía que iba a sentir, casi en iguales proporciones, el odio propio y el amor propio. No sabía que me iban a vender tantas cosas para uno y para lo otro. No sabía que una persona podía lastimarse a sí misma. No sabía que no iba a ser mi culpa.
No sabía que reírse era contagioso. Que llorar también. Que iba a pasar tantos días sin extrañar, y extrañando también.
No sabía que iba a reproducirme. No sabía que iba a amar.
No sabía que no todo es textual, y tampoco todo es simbólico. Qué placer, ese de no saber.
Y no sé qué habrá sido de ese instante en el que no sabía tantas cosas. No sé dónde habrá ido a parar.
Solo me queda la melancolía de pensar que debe haber sido lindo ese momento en el que no sabía nada. Y, aun así, me duele recordarlo, porque ni siquiera recuerdo que haya pasado.
¡Ex ce len te¡!
Lo amé.
Hoy más que nunca conecto con eso de “página en blanco” que tiene una vida nueva y con la responsabilidad que siente una como mamá de empezar a llenarla. De saber que nuestros bebés van a conocer y entender el mundo a partir de lo que les mostremos, lo que les digamos. De ver que cómo les hablamos de ellos mismos va formando lo que ellos creen que son. Tenemos en ese primer momento demasiado poder en su “empezar a saber” las cosas de esta vida y esa responsabilidad, más allá de ser linda, también pesa un montón.